1. Te levantas muy tarde. Y claro, te maldices a ti mismo. Anoche no saliste porque “quiero levantarme mañana pronto para estudiar”. Pero el despertador suena, lo apagas y te das media vuelta para seguir durmiendo.
2. Desayunas como si fueras a subir el Everest a la pata coja. Tostadas, zumo, algo dulce y café… Un día tan productivo como el que esperas requiere un buen desayuno.
3. Recoges la habitación por primera vez en el cuatrimestre. “Recojo la habitación y empiezo a estudiar”. Pero empiezas a encontrar la pulsera de aquella fiesta, y qué fiesta. Voy a volver a ver las fotos de ese día.
4. Cuando consigues sentarte a estudiar miras el reloj y… ¡vaya! ¡pero si es la hora de comer! “Bueno, después de comer me tomo un buen café y me pongo toda la tarde”.
5. ¿Y si me echo un poquito la siesta antes de estudiar?
6. ¡DOS HORAS Y MEDIA! Mierda… Empiezas a hacer cálculos estúpidos de las hojas que puedes estudiarte en una hora sin darte cuenta del tiempo que ya estás perdiendo con la tontería.
7. Consigues sentarte a estudiar a media tarde, pero no paras de levantarte para ir al baño, merendar, mirar redes sociales, merendar, merendar, merendar…
8. Abres el Whatsapp y lees el grupo de clase. “¿Cómo vais?” Encima tienes la cara de responder: “Puf… harto de estudiar”.
9. Llega la noche y el agobio, no has hecho nada en todo el finde. Sí, ese finde que te prometías productivísimo y lo máximo que has hecho ha sido ordenar los apuntes.
10. Decides acostarte, porque claro, “el dormir es más importante que el comer”.
[Colaboración: Julia Martínez]