Muchas veces cuando conozco a alguien, o gente que conozco de toda la vida, de mi pueblo, me suelen decir que les encanta que suelo estar siempre alegre, o con una sonrisa permanente. Es muy normal que esta gente se piense que gente como yo, con la sonrisa de serie, vivamos en un mundo de arcoíris con unicornios y todo sea amor y felicidad. Lo intentamos, que conste, pero tenemos alguna que otro momento en que aparcamos un momentito esa sonrisa:
1. Tenemos malos días, como todos, la verdad.
Hay días en los que por alguna razón u otra, las cosas se tuercen. No estamos exentos a tener esos días y que se nos desdibuje la sonrisa. Pero sabemos que después de los nubarrones aparece el sol.
2. Muchas veces esta alegría no estuvo siempre con nosotros.
Es muy posible que circunstancias de la vida, esta alegría algo o alguien nos la intentó torcer. Por eso, hemos llorado tanto que ahora lo que queremos es sonreír, enseñar nuestra dentadura, ser felices. La vida nos ha hecho indestruíbles.
3. Necesitamos atención. ¿Y quién no?
Queremos contagiar nuestra alegría y buen rollo a la mayoría de quienes nos rodean. Estamos en seguida intentando desfruncir ceños y transformar las cabezas gachas en una fiesta. Pero muchas veces la situación inversa es más costosa. Cierto es, como he comentado en el anterior punto, que hemos tropezado tanto, que en seguida nos venimos arriba. Pero un par de abracitos los agradecemos!
4. La gente alguna vez no nos suele tomar en serio.
Puede ser que seamos alegres, una fiesta con patas, pero somos serios y profesionales como todo hijo de vecino. Nuestra dinámica es el de que si la gente está feliz y contenta, todo irá rodado. Que intentemos hacer de nuestra clase/lugar de trabajo/entorno un sitio más distendido no quita que seamos los más entregados a la hora de hacer nuestras obligaciones.
5. A veces nos sentimos un poco cansados de ser “esa persona tan alegre”.
Tenemos otras cualidades, solo es cuestión de conocernos un poquito más, tenemos dudas, inquietudes y otros sentimientos más allá de nuestra alegría permanente.
Aun así, nos encanta ser la alegría de la huerta y contagiar nuestras sonrisas hasta al más huraño del lugar. Sonreír es gratis, y ¡hace a la gente guapa!