Imagínate que eres el loser de la clase, al que de repente invitan a una fiesta, de esas que se dan en una casa y donde todo es posible que pase. Añade a esto, que eres un joven pakistaní que va a coger sin permiso el coche de su padre. Mezcla todo esto con otro ingrediente: es un taxi. Y añade a este combinado un personaje femenino destructivo, que se acoplará a tu taxi por equivocación y con el cuál pasarás una noche increíble. Agita este combinado sin miedo, con la certera idea de que vas a crear uno de los mejores cocteles de la historia, ¿qué puede salir mal?
Todo.
Al levantarte de esa increíble fiesta personal, encontrarás a la chica asesinada, y como no, acabarás entre rejas, culpable de asesinato.
Así empieza la última producción de HBO, una trama compuesta por juicios, presos, abogados y racismo. Una serie que, si bien empieza con un ritmo lento, acaba atrapándote en una atmosfera oscura en la que se deja factible la sociedad americana. La interacción entre ésta y los medios de comunicación, que llegan a ser capaces de sacar sus propias conclusiones sin apenas haber empezado el juicio. Con instituciones que dejan mucho que desear en lo que a derechos humanos se refiere.
¿Qué razones os podría dar para verla, o al menos, para engañaros y que le dieráis al primer capítulo una oportunidad? Muchas:
1. El personaje del Detective Box (Bill Camp) no deja indiferente a nadie.
Con esa actitud de buen tío que te comprende, buscando —con una educación impropia de las series de polis— que declares el motivo del asesinato. Y con detalles tan curiosos como aparecer en la escena del crimen escuchando música clásica a todo volumen dentro de un coche.
2. O ver a un abogado perdedor como John Stone (John Turturro) acudir a los juicios en chanclas porque padece una enfermedad de la piel que le obliga airear los pies, aparte de también probar remedios inútiles. Y sin spoilear mucho, ¿qué le ocurre a alguien así, si se enamora de un gato?
3. La evolución del protagonista, que pasa de ser un mindundi a acabar plantando cara a las instituciones.
4. Richard Pryce.
Los que disfrutasteis de la joyita The Wire, sabéis muy bien de lo que hablo.
5. Michael K. Williams —Omar para los frickies de The Wire— que interpreta a un preso que controla la cárcel. Y como siempre, vuelve a hacer de un personaje molón.
6. Jeannie Berlin, que hace de la fiscal que lleva el caso con una parsimonia que acaba engatusando.
Es increíble —si la ves en versión original— su dicción en el habla, llegando a expresarse con una tranquilidad que raya lo absurdo dentro un personaje que se supone que tiene intención de hacer justicia.
7. La dirección de fotografía de la serie, con una imagen donde predomina el claro oscuro.
Juego de contraste y brillo como si a la imagen le hubiesen aplicado el filtro Clarendon del Instagram.
8. Son sólo 8 capítulos y la tienes vista.
En una época en que las series suelen tener una media de 12 capítulos por temporada, es de agradecer que cambien a un formato más ligero. (Véase Taboo, de la que estoy a un solo capítulo de terminarla y me tiene con ganas de que saber que ocurrirá con el “maldito Delaney”)
Como conclusión, recomiendo perder el tiempo con esta serie, a todo aquel que sea de gustos complicados en los referente a tramas argumentales; que eche de menos series como The Wire; que sea de los que piensa que Netflix no es para tanto; que se atreve a afirmar que Stranger Things está bien —sin más— y pueda sobrevivir sin ver otra temporada más. Pero sobre todo, muy recomendable para aquellos que disfrutan con las pelis de juicios.